La República y el cambio generacional

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Vivimos tiempos convulsos en los que se exige a todo el mundo que se defina entre el blanco y el negro, un mundo en el que los matices parecen imposibles. Empezaré, por tanto, dando tres respuestas simples por si alguien se cansa de leer y tiene prisa por empezar a lanzar sus críticas. Sí, soy republicano. Sí, votaré a favor de la Ley Orgánica para la abdicación del Rey. Y sí, quiero que se vote la forma del Estado. 

Soy Republicano y nunca lo he escondido. Cuando no había debates ni manifestaciones en las plazas españolas, conmemoraba el 14 de abril y conversaba sobre la II República con algunos compañeros. Y he de decir que lo hacíamos en la más absoluta intimidad. Nunca hubo gran expectación ni poder de convocatoria. Por otro lado, también tengo claro que la república no es más que una forma política del Estado pero que no es ni de izquierdas ni de derechas salvo por la vinculación sentimental que nos une a los herederos de aquella que fue fulminada por una sublevación fascista.  

En todo caso, siempre he respetado la monarquía española y su legitimidad constitucional fruto del pacto de la transición. Ya sé que estuvo condicionado y que, parafraseando a Faulkner, tras 40 años de dictadura no queríamos más que paz y democracia y “pagamos sin regatear el precio que nos pidieron”. Aquello fue el fruto de un momento histórico pero, pese a la crisis económica e institucional que atravesamos, convendría reconocer en voz alta, de vez en cuando, lo que ha supuesto para mi generación el consenso constitucional y la llegada de la democracia.

Un país al que se obliga a tomar sus decisiones siempre desde el enfrentamiento está poniendo en riesgo su supervivencia. Yo soy republicano, pero no quiero imponérselo a todo el país mediante la simple mayoría. Tengo la fortuna de poder conversar con gente que sabe más que yo y que transmite su saber pero no lo impone. Una de estas personas me recomendó a Darhendorf, un politólogo alemán, que aconsejaba que en las Constituciones se pactara lo esencial y, a partir de ella, se discutiera todo lo demás en la legítima pugna partidista. Y tiene sentido.

Eso no quiere decir que haya cuestiones intocables o eternas pero, ¿alguien se imagina cambiando de monarquía a república cada diez años en función de una mayoría coyuntural? No creo. No veo yo a Felipe, cruzando los Pirineos en ambos sentidos cada vez que hay un referéndum en función del resultado. Convendremos, al menos, que, sea monarquía o república, debería serlo con cierta estabilidad. Decía Gómez Llorente, el portavoz socialista en la legislatura constituyente durante el debate del artículo 1 de la Constitución decía entonces que “allá los partidos que reclamándose de la izquierda piensan que algo tan trascendente y duradero como la forma política del Estado puede darse por válida merced de razones puramente coyunturales de pactos ocasionales, o de gratitudes momentáneas.”

En cualquier caso, lo que se decidirá y votará estas semanas en el Congreso, no es más que el procedimiento formal para una abdicación y sucesión que están previstas en la Constitución. El que diga lo contrario, miente. Y por muy republicano que sea, o justamente por ello, yo cumpliré siempre la legalidad y la constitucionalidad vigente, se refiera ésta a la Corona o no.

Eso no significa que no se pueda votar. Creo que se debe votar. Pero también creo que de nada sirve una votación al margen de una profunda reforma constitucional porque insisto, una Constitución y su reforma deben ser siempre fruto del consenso y no de la mayoría en sus elementos esenciales.

No pueden molestarnos las manifestaciones pidiendo el referéndum y tampoco podemos parecer avergonzados de todos nuestros actos. El PSOE no apostaba por la república antes de 1931 por considerarla burguesa hasta que Indalecio Prieto desbancó a Besteiro en un Congreso extraordinario y dio su apoyo a Azaña tras aprobar un resolución que afirmaba que constituía “una obligación fundamental para el PSOE defender la república y contribuir por todos los medios a la consolidación de esta”.

El PSOE, hoy, es republicano pero es capaz de respetar y convivir con la monarquía en aras al consenso constitucional y a la estabilidad. Dos conceptos no muy populares pero indispensables y perfectamente compatibles con los valores republicanos. Y es capaz de hacerlo después de que en 1978 no votáramos la monarquía, por cierto, mientras el Partido Comunista votaba a favor con tanto entusiasmo y tan fundadas razones como las que expresaba entonces Carrillo: "Si en las condiciones concretas de España pusiéramos sobre el tapete la cuestión de la república, correríamos hacia una aventura catastrófica en la que, seguro, no obtendríamos la república, pero perderíamos la democracia. [...] Los comunistas, en aras de la democracia y de la paz civil, vamos a votar el artículo 1 y afirmamos que mientras la Monarquía respete la constitución y la soberanía popular, nosotros respetaremos la monarquía".

Y mientras el PSOE, en palabras de nuevo del diputado Gómez Llorente, proclamaba apenas 15 días antes de que yo naciera que apostábamos por la república por nuestra tradición pero también porque entendíamos que “la forma republicana del Estado es más racional y acorde bajo el prisma de los principios democráticos” y, al mismo tiempo, declaraba nuestra fidelidad a la Constitución que se aprobara finalmente. Ahora bien, Gómez Llorente también decía que, a este respecto, "ninguna generación puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas".

Es verdad que tenemos también una razón generacional. Decía Marcos Ana que cada generación tiene la razón de su tiempo. No es cuestión de que los jóvenes no hayamos votado la Constitución sino de que queremos cambiar algunas cosas para adaptarlas a nuestro tiempo y a nuestra visión del mundo. Y eso es legítimo y conveniente.

En España hemos cometido el pecado mortal del inmovilismo. Cuando se impide la natural evolución se termina provocando una revolución. No tiene explicación alguna que en España se haya modificado la Constitución dos veces en 35 años mientras que Portugal lo ha hecho 7 veces en el mismo periodo; Francia, 25 en poco más de 50 años; o Alemania la haya cambiado en 60 ocasiones, al ritmo de una al año. Del mismo modo, dos referendos en toda la democracia es una cifra irrisoria. Y cuando a la gente no le dejas votar nada, acaba pidiendo votarlo todo. Y con razón.

La nueva generación ha llegado. Una generación que tenemos el derecho y la responsabilidad de seguir labrando un futuro y construyendo este país, cambiando lo que hace falta cambiar. Y, humildemente, creo que es mejor hacerlo entre todos que hacerlo unos contra otros. Con convicciones pero sin dogmas de fe. Y la única manera de hacerlo es a través de una profunda reforma de la Constitución en la que, con serenidad y decisión, abordemos los problemas que tenemos, acordemos y, desde luego, todos los españoles puedan votarlo. Allí yo estaré defendiendo la República.

Postdata: Más allá de la posición de cada uno en este debate rogaría respeto. Primero, respeto al Partido Socialista. Yo aún he conocido a personas en mi partido que, precisamente por su defensa de la república, fueron perseguidos y represaliados y que, a pesar de ello, han vivido con normalidad la monarquía constitucional. En segundo lugar, respeto a quienes piensan hoy que la república es posible y conveniente y piden un referéndum. Quizá he abusado de las citas en mi artículo pero así algunos comprobarán que quienes hemos militado en las Juventudes Socialistas sabemos pensar y tuitear a la vez. Ventajas de ser la generación mejor preparada de la historia de nuestro país.